En suma, no poseo para expresar
mi vida, sino mi muerte.
Y, después de todo, al cabo de la
escalonada naturaleza y del gorrión en bloque, me duermo, mano a mano con mi
sombra.
Y, al descender del acto
venerable y del otro gemido, me reposo pensando en la marcha impertérrita del
tiempo.
¿Por qué la cuerda, entonces, si
el aire es tan sencillo? ¿Para qué la cadena, si existe el hierro por sí solo?
César Vallejo, el acento con que
amas, el verbo con que escribes, el vientecillo con que oyes, sólo saben de ti por
tu garganta.
César Vallejo, póstrate, por eso,
con indistinto orgullo, con tálamo de ornamentales áspides y exagonales ecos.
Restitúyete al corpóreo panal, a
la beldad; aroma los florecidos corchos, cierra ambas grutas al sañudo
antropoide; repara, en fin, tu antipático venado; tente pena.
¡Que no hay cosa más densa que el
odio en voz pasiva, ni más mísera ubre que el amor!
¡Que ya no puedo andar, sino en
dos harpas!
¡Que ya no me conoces, sino
porque te sigo instrumental, prolijamente!
¡Que ya no doy gusanos, sino
breves!
¡Que ya te implico tánto, que
medio que te afilas!
¡Que ya llevo unas tímidas
legumbres y otras bravas!
Pues el afecto que quiébrase de
noche en mis bronquios, lo trajeron de día ocultos deanes y, si amanezco
pálido, es por mi obra: y, si anochezco rojo, por mi obrero. Ello explica,
igualmente, estos cansancios míos y estos despojos, mis famosos tíos. Ello
explica, en fin, esta lágrima que brindo por la dicha de los hombres.
¡César Vallejo, parece
mentira que así tarden tus
parientes,
sabiendo que ando cautivo,
sabiendo que yaces libre!
¡Vistosa y perra suerte!
¡César Vallejo, te odio con
ternura!
No hay comentarios:
Publicar un comentario